sábado, 16 de junio de 2012

Las personas

En infinidad de ocasiones me he preguntado porque el ser humano actúa con tanta crueldad y odio hacia los animales, la verdad yo no concibo la vida sin ellos, no recuerdo desde que día en mi casa ha habido perros, creo que desde siempre he convivido con ellos y quizás sea eso, que siempre he visto el amor y el cariño que se les tiene que tener, la importancia que se le tiene que dar a esa vida que está a nuestro cargo y que no dudaría ni un minuto en dar su vida por ti.

Puedo entender que haya gente que no le gusten los animales, que no se sienta agusto cerca de ellos, lo que no puedo entender como se es capaz de hacer daño a un ser indefenso, creo recordar que mi primera experiencia ante un maltrato fue con un gatito, yo era una adolescente de esas que dicen que no les importa nada, que solo piensan en ellas mismas en su pelo, en su maquillaje, en los chicos...., vi como unos niños saltaban literalmente sobre un gatito, lo que me encontré era horroroso pero me lleve al pobre a mi casa.

Parecía que poco a poco iba recuperandose y saliendo adelante, incluso me acuerdo que le hicimos un vídeo, de esos de VHS, se le veía feliz, ya comía e intentaba jugar con nuestra perrita, pero por desgracia el peque no sobrevivio, no sabemos de que murió, pero a las dos semanas fue apagandose y nos dejo. A mi solo me quedo el consuelo de que fue feliz al menos unos días, que se lucho por él y se hizo todo lo posible para que sobreviviera.

Desde entonces, o bueno en realidad desde siempre, porque todos los que estamos en este carro sabemos que esto no se aprende, no se decide: anda, mira voy a ponerme en contra de esto, esto se lleva en la sangre, la indignación te tiene que correr por las venas y saber que si miras para otro lado ese animal muere que depende de ti ayudarle, yo no puedo mirar para otro lado.


1 comentario:

  1. Yo crecí sin animales.
    Bueno no, sin animales no.
    Crecí sin perro.
    Pero en casa teníamos periquitos, a los que enseñábamos a silbar el himno del barça, a decir "malparit" y "perico bonico". También les soltábamos por el salón, con cuidado de no tener los cortinas recogidas porque chocaban con el cristal. Comían de nuestra boca, se ponían en nuestra cabeza si les llamábamos...

    No es lugar una jaula para un pájaro.
    Eso pienso ahora.

    Pero gracias a eso aprendí que no importaba que se me cagara en la cabeza cuando volaban por el salón o cuando se ponían en un estante alto del mueble. Tampoco pasaba nada porque soltaran plumas al volar por la casa. También aprendí a ir con cuidado para no pisarles, y a soportar que me arañaran los hombros o el pelo al ponerse sobre mí.

    Aprendí, claro, a comprar su comida, a ponerle su sepia para el pico y a llevarles una hoja de lechuga fresquita cuando preparábamos ensalada. ah! y a ponerles una pequeña bañera para refrescarse...

    Y los perros no me gustaban. En casa no gustaban. Grandes, imprevisibles, sucios.
    Ahora que no sólo me gustan los perros sino que los disfruto, respeto y admiro, me doy cuenta de que en realidad, quedé preparada para ello.

    En casa no se tuvo perro. Pero jamás se bromeó o se jugó con el dolor de un animal.

    Esa es la lección que aprendimos.

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